coterraneus – el blog de Francisco Núñez del Arco Proaño


España en América: cuatro ecuatorianos hablan.

España en América: cuatro ecuatorianos hablan. 

A propósito del 12 de Octubre, día de la hispanidad:

“El ideal hispánico está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se superará mientras quede en el mundo un solo hombre que se sienta imperfecto”

–  Ramiro de Maeztu

“Primogénita ilustre, el cetro de oro

empuñe de los Césares Iberia:

ocho siglos batalle con le moro,

extermine sus huestes en Granada;

recobre la usurpada

heredad, y en un rapto de hidalguía

desate la diadema de su frente,

para comprar con ella

joya de más valor – ¡Un continente!”

“De pie sobre la orilla

del gaditano mar, lance a la América

la romana semilla,

que en el suelo fecundo

de esta virgen comarca, que latente

el juvenil calor guarda del mundo,

germinará lozana y vigorosa,

doblando presto la española gente…”

“¡Perdón, oh madre amada!

¡Perdón si un día tus audaces hijos

libertad te pedimos con la espada!

Tú nos diste la sangre de Pelayo,

tú, la férvida sed de independencia:

español el arrojo,

castellana la indómita violencia

fueron, con que esgrimió tajante acero

el que probó en la lid ser tu heredero.”

– Luis Cordero Crespo,  poeta y político cuencano,

Presidente de la República de 1892 a 1895.

José Mejía Lequerica

José Mejía Lequerica, el quiteño ilustre de las Cortes de Cádiz,  luchó contra los franceses en la guerra de independencia española, un liberal convencido, vivió el dos de mayo de 1808, pudo escribir a su esposa Manuela Espejo (hermana de Eugenio Espejo) a finales de ese año las siguientes líneas: “En grandes riesgos hemos estado todos los habitantes de Madrid, y yo mismo corrí mucho peligro el día dos de mayo… día tristemente memorable por el valor y lealtad de los españoles y por la sangrienta barbaridad de los franceses, nuestros tiranos. Parece que el cielo quiere libertarnos de sus cadenas… Yo estoy alistado voluntariamente, como también el conde de Puñonrostro (el latacungueño Manuel Matheu, Grande de España) y, si perecemos en algún combate, tendrás tú el envidiable honor de que a tu esposo haya cabido una muerte gloriosa; y si salgo con vida y honra, como lo espero de Dios, tendrás en tu compañía un hombre que habrá demostrado no estar por demás en el mundo. En fin es menester seguir los impulsos de la razón y el patriotismo. ¡Ay Manuela mía! ¡Qué diferentes son los chapetones (españoles) y los franceses, de lo que allá (en Quito) nos figuramos! ¡Qué falsos, qué pérfidos, qué orgullosos, qué crueles, qué demonios éstos!… Al contrario, los españoles, qué sinceros, qué leales, qué humanos, qué benéficos, qué religiosos y qué valientes!”[1].  

Busto de Juan Montalvo por Enrico Pacciani © de la imagen por Francisco Núñez Proaño

Juan Montalvo, el liberal radical y rebelde Juan Montalvo, expresó estas palabras: “¡España! ¡España!  Lo que hay de puro en nuestra sangre,  de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo, en nosotros, son de España; y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas purpurinas, son de España. Yo que adoro a Jesucristo, yo que hablo la lengua de Castilla; yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres, ¿Cómo habría de aborrecerla?”[2].

 

Belisario Quevedo

Belisario Quevedo,  historiador, escritor y educador latacungueño afirmó: “Los españoles habían salido hacía siglos de la barbarie y entrado en la civilización; seguían la religión de Cristo, que ennoblece al hombre al amparo de la caridad y confraternidad, profesaban la monarquía, condenaban los sacrificios humanos y hasta la esclavitud, siquiera teóricamente; consideraban a sus reyes que, aun cuando consagrados por Dios, eran hombres de la misma naturaleza que los demás, y a los individuos como dueños y señores  de una esfera de acción voluntaria y libre de toda imposición del Estado. Nuestros antepasados los europeos reconocían el derecho de propiedad individual, practicaban el comercio con otros países en buques de vela, cultivaban las ciencias por el acicate de la necesidad o de la curiosidad desinteresada, dilucidaban los grandes problemas filosóficos… se usaban el papel y la imprenta; y se discutía; había escuelas y universidades, se conocían la lira, el arpa, el órgano, el vidrio, los relojes y la moneda; los calendarios de terminaban de hacer sobre un cómputo de la carrera de la tierra; tenían la brújula, la pólvora; el hierro era desde hacia tiempo poderoso auxiliar para el comercio, la industria y las artes… construían la bóveda, el arco y la teja. Habían producido desde los más antiguos tiempos obras supremas de belleza en pintura, escultura y arquitectura; también literatura… La raza india, rojiza, lampiña, de pelo lacio; la otra blanca, esbelta, barbada. La una, y ésta era tal vez la más grande diferencia, en un grado de cultura definitivamente estancada que había dado de sí cuanto podía dar, que había encadenado al germen de todo progreso, las facultades individuales, y quitado el espíritu de renovación; la otra raza, en cambio, en pleno desarrollo, en ejercicio constante de una potencia espiritual, cada vez mayor, llena de gérmenes vivos y esperanzas de ampliación y crecimiento”[3]

 

Francisco Suárez Veintimilla © de la imagen por Francisco Núñez Proaño.

Francisco Suárez Veintimilla, el héroe militar español ecuatoriano pudo decir: «En nombre del Ecuador, mi patria, más amada cuanto más distante, y de toda la América española, gloria y honor de nuestra Madre; honor y gloria también a nuestro joven Rey, honrosa y grande representación de nuestra raza, y por eso también Rey nuestro. ¡Con cuánta mayor verdad y sentimiento no podré decirlo yo ahora que tengo el honor y el orgullo de encontrarme siquiera temporalmente, entre su Ejército, de tan gloriosas tradiciones!… Creed en la gran sinceridad que encierra esta salutación nuestra, y creed también y esperad en la gran verdad y esperanza que revelan estos versos de Darío con que termino:… Mientras el Mundo aliente; mientras la esfera gire; mientras la onda cordial alimente un ensueño; mientras haya una viva pasión, un noble empeño, un buscado imposible, una imposible hazaña. Una América oculta que hallar, ¡vivirá España!… Los pueblos de América en vos (Madre Patria) sus ojos tienen fijos, y ‘hay mil cachorros sueltos del León español’ (como dijo el gran poeta americano) que bien y sienten y se enardecen con las mismas glorias que vosotros, con vuestra historia, que es también la nuestra, y con ella íntimamente unida llegará ¿por qué no creerlo con toda fe y esperanza?, a ilustrarse otra vez en una nueva época de mayor y más glorioso apogeo de la raza hispánica en ambos continentes… Hay quien habla necia e ignorantemente, ¡vergüenza para ellos!, de la inferioridad de nuestra raza, respecto a otras, que en este siglo de industrialismo han llegado a una mayor prosperidad económica o material. Precisamente eso afirma aún más nuestra superioridad espiritual. ¿No es ejemplo que admiramos todos, y en todo tiempo, el de aquellos hombres extraordinarios que abstraídos de las miserables materialidades de la vida, parecen vivir en un ambiente más puro y más alto, consagrados exclusivamente a las elevadas y nobles aspiraciones del espíritu y que sólo buscan en las cosas su más íntima comprensión de bondad y belleza? Comparemos este caso con el de aquellos que, en nombre del tan decantado progreso del día talan nuestros bosques y los despojan y despueblan de todo lo que hay de más hermoso y amable en la Naturaleza, que no aman, ni la comprenden, ni les interesa sino martirizarla, convirtiendo la Tierra en inmenso erial, de donde han huido el Amor y la Poesía, pareciendo quedar ya sólo, enseñoreados del Mundo, el Hastío y la Desesperación.» «La raza subsiste aún fuerte y potente, la fe es grande e inconmovible, y la sangre de los conquistadores alienta aún con vivo impulso en nosotros. Creámoslo con esa fe y entusiasmo con que aquellos españoles del siglo heroico se adelantaban, con la mirada serena y el paso triunfal, a la conquista de un Mundo, confiando solo en el poder de sus espadas, que tenían el temple de su alma, y que eran en sus manos vivo relámpago que les abría el paso de la fortuna y de la gloria, confortados en la desgracia de aquella dura y tormentosa existencia por la cruz que acompañaba todos sus pasos y que formaba la fuerte empuñadura de sus espadas.» «Una noble ambición de poder y gloria les impulsaba, y si hubo algunos que, por desgracia, extremaron su ambición y se manifestaron codiciosos y crueles, aun estos mismos eran grandes en medio de sus extravíos» «No somos civilizados, es verdad; no sabemos vivir como requiere lo que se llama el «progreso moderno», porque no sabemos torturar a la Naturaleza para satisfacción de todos nuestros caprichos y egoísmos; porque no sabemos las reglas del interés compuesto y del tanto por ciento; porque no pretendemos convertir en oro todo lo que tocamos, no nos pase lo que a aquel rey de la leyenda; porque caminamos siempre con la cabeza alta, los ojos fijos en las estrellas y en lo que hay más allá…; porque es nuestro corazón demasiado sensible a todos los nobles sentimientos, porque nuestra Alma demasiado desprendida de la Tierra, demasiado elevada y espiritual»[4].


[1] Citado en Síntesis histórica y geográfica del Ecuador de Jorge Luna Yepes.

[2] Citado en Defensa de la hispanidad de Ramiro de Maeztu.

[3] Quevedo, Belisario, Compendio de historia patria.

[4] En «Conferencia pronunciada en el Colegio de San José de Valladolid, por el alumno de la Academia de Caballería, D. Francisco Suárez Veintimilla, súbdito de la República del Ecuador, con motivo de la fiesta de la Raza»; Madrid, Sucesores de Rivadeneyra (S.A.), 1921. Francisco Suárez Veintimilla fue un destacado militar ecuatoriano y héroe nacional español (1 de junio de 1895- 19 de junio de 1922). Nació en Otavalo (Provincia de Imbabura) Ecuador, el 1 de junio de 1895 y fueron sus padres legítimos Rafael Suárez España, hacendado y Matilde Veintimilla. Fue bautizado el 6 de Junio en la Capilla de las Hermanas de la Caridad, siendo padrino su abuelo materno Mariano Veintimilla. Participó en la Guerra del Rif. Desde Ceuta, se trasladó con sus compañeros al sector de Beni-Aros muy cerca de la línea de combate y el 19 de Junio  de 1922, las fuerzas marroquíes lanzaron una feroz avanzada, rechazada una y otra vez. Francisco estaba al mando de un pequeño reparto donde se generalizó la lucha cuerpo a cuerpo. Su Ordenanza cayó a su lado y con la carabina de aquel dio muerte a dos enemigos, pero a su vez fue mortalmente herido y expiró en el campo de batalla con tan solo 27 años de edad recién cumplidos, su juventud se consumó como lo había querido: heroicamente en el campo de batalla. Fue hermano del ex presidente de la República del Ecuador, Mariano Suárez Veintimilla y se conserva un monumento en La Alameda de Quito en su memoria.


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