coterraneus – el blog de Francisco Núñez del Arco Proaño


QUITO EN EL IMAGINARIO IMPERIAL HISPÁNICO

QUITO EN EL IMAGINARIO IMPERIAL HISPÁNICO

SU PRESENCIA EN LOS CUENTOS DEL DUQUE DE FRÍAS

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San Francisco de Quito, la capital más antigua de América del Sur, centro estratégico inca, primero, y núcleo expansivo-civilizador hispánico después, pasó de ocupar una centralidad en el núcleo del Imperio Español en América dentro del circuito y las líneas geopolíticas que la vinculaban a Lima, Panamá y México como sede de la Real Audiencia y Cancillería y capital del Reino homónimo integrante de la Monarquía Hispánica, a ser una ciudad periférica, capital de una República en un rincón olvidado de la modernidad.

No sorprende entonces que José Fernando de Abascal y Sousa, Virrey del Perú, se lamentara en estos términos sobre “los alborotos de Quito” del 10 de agosto de 1809 –mal llamados por la historiografía chauvinista como “Primer Grito de la Independencia”-:

“La de Quito que por la ilustración y nobleza de que se jacta, parecía la menos dispuesta á corromperse, fue de las que más se adelantaron á abrazar la quimera, y á echar sobre si un borrón, que tanto la degrada y obscurece.”

Don Bernardino IV Fernández de Velasco (¿1701/1707 – 1769/1771?), XI Duque de Frías, ejercía su cortesanía acudiendo al Palacio Real en Madrid y aun al Castillo de Villaviciosa de Odón, durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III, en pleno reformismo borbónico, es decir durante el período que la Leyenda Negra acusa los mayores males de centralización y olvido de las provincias y reinos americanos, que serían denominados en algunas ocasiones desde entonces como “colonias”.

El IX Duque de Frías, además de cercano a las reinas consortes como Doña Bárbara de Braganza, era muy “amigote” del ministro Marqués de la Ensenada, consejero de Estado durante los reinados de los mentados monarcas líneas arriba. Ni hablar de su concurrencia a los bailes de Lerma y Medinaceli, donde se lució como observador perspicaz y futuro murmurador de singular garbo.

Muy lentamente a partir de sus experiencias vividas en la Corte de Madrid y en la activa vida social de la nobleza del afrancesado XVIII español, el Duque de Frías y Conde de Peñaranda, con su espíritu culto y temperamento cortesano, fue redactando su seductor libro “Deleite de la discreción y fácil escuela de la agudeza” –publicado en 1764 y ofrecido y consagrado “a la diversión de la Excelentísima Señora Doña Josepha Antonia de Toledo y Portugal Pacheco y Velasco, Duquesa viuda de Uceda”-, conjunto de cuentos, anécdotas, dichos y conocimientos de gracia fina y de cierto relieve literario, pero sobre todo con un fundamental valor histórico de testimonio de causa de lo que pensaban, de lo que sucedía y de lo que se hablaba en las más altas esferas hispánicas de su momento.

Quito aparece nombrado por los menos en tres ocasiones en sus cuentos, dos de los cuales valgan ser citados y comparados con la posición en el mapa mental de otros sitios de la Monarquía multicontinental que también constan en los cuentos del Duque.

En “De un religioso a un tribunal” dice:

“Llamó la Cancillería (Real Audiencia) de Quito a un religioso mercedario para reprenderle sobre un sermón que había predicado, en que lastimó a los ministros. Entró, estando el tribunal en forma; calóse la capilla, que es el modo de oír las correcciones. Tomó la mano el oidor más antiguo, diciéndole que en el lugar del púlpito no se iba a murmurar, y otras expresiones, no sólo graves, sino desmesuradas; y habiendo acabado, hizo el tal padre una sumisión grande de cortesía, y respondió en voz alta: -Sean por amor de Dios las desvergüenzas.”

A líneas seguidas va el cuento “De otro religioso en Indias”, donde inicia con estas palabras: “Es Arequipa una ciudad de gran pobreza, en el Perú…”. Haciendo un análisis comparativo, nótese como a pesar de sus cuentos estar dirigidos para un público culto –sin obviar la dedicatoria-, quienes tenían acceso a los libros en esa época, el Duque debe aclarar la calidad de pobreza de Arequipa así como su ubicación en el Perú, hecho que, como es evidente con Quito como leemos, fue del todo innecesario, debido a la ubicación plena en la geografía e historia mental de sus contemporáneos a quienes iban dirigidas esas líneas.

En la “Sentencia discreta del Conde de Chinchón”, la condición de Quito y los quiteños es más notoria todavía y se vincula a la “jactancia de la ilustración y la nobleza» de sus habitantes como lo señalara Abascal, siglos después de los sucesos que cuenta Fernández de Velasco.

Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, Conde de Chinchón, fue Virrey del Perú entre 1629 y 1639, es decir un siglo antes de la vida de nuestro literato. Vuelve a tornarse el interés notorio en Quito, al ver como aún tiempo prolongado después de lo sucedido, se siguiera hablando y tratando en la Corte de los hechos que inspiran el cuento que va así:

“Llegó a posesión de aquel mismo empleo el Conde de Chinchón (Virrey del Perú), y en la primer visita de cárcel se le hizo relación de la causa de un Caballero de Quito, que hacía seis años que estaba preso, por decir sus émulos intentaba señorearle en la misma Provincia, de que era natural. Conoció la prudencia del Virrey, en la sustancia de los Autos, que era emulación bastarda de la calumnia: y mandó por sentencia, que aquel Caballero saliese luego de la prisión, libre y sin costas, que pasase a su patria, se apoderase de ella, en el término de seis meses; y de no hacerlo, los delatores le pagasen los gastos y consecuencias de su dilatado arresto.”

Vemos aquí la preeminencia que el novel Virrey del Perú dio al caso del caballero quiteño y la consideración a éste y a su patria chica de origen, así como no se necesita ejercitar demasiado la razón para inferir como en el imaginario hispánico estos relatos eran repetidos y tomados, como lecciones morales de tradición oral, hasta haber sido colocados en el papel por Don Bernardino Fernández de Velasco, que no hace más que recoger la “curiosidad cortesana” de su época.

F.N.P.


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Muy ilustrativo y novedoso. Muchas gracias.

Comentarios por Rodrigo Valarezo Luna




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