coterraneus – el blog de Francisco Núñez del Arco Proaño


LA LEGIÓN BRITÁNICA, ASOLADA POR LOS INDIOS GUAJIROS

LA LEGIÓN BRITÁNICA, ASOLADA POR LOS INDIOS GUAJIROS

Francisco_Burdett_O'Connor

Francis Burdett O’ Connor

Francis Burdett O’ Connor, veterano de las llamadas guerras de independencia de América del Sur, de la orden de libertadores de Venezuela, Cundinamarca y el Perú; Coronel de los ejércitos de Colombia, General de Brigada de los del Perú y General de División de los de Bolivia, quien fuera un destacado militar irlandés de la Legión Británica al servicio de Bolívar; en sus “Recuerdos” (Tarija-Bolivia, Imprenta de “La Estrella”, 1895, capítulo II, págs. 13-18 y 28) testimonia la tenaz resistencia de los indios guajiros realistas contra su cuerpo militar que tuvo que soportar ser desolado y derrotado por estos apenas arribados a territorios del norte de las actuales Venezuela y Colombia a inicios de 1820:


“Pocos días tuvimos de descanso en Río-Hacha; pero se aprovechó el tiempo en la instrucción de la tropa.

Aquí supimos que se destinaba la legión para el interior y debíamos incorporarnos con una División del ejército libertador, que mandaba el capitán general don Rafael Urdaneta.

Teníamos, pues, que transitar por el territorio de los indios Guajiros, que habitaban sobre la Costa Firme, desde Río-Hacha hacia Maracaibo; indios muy valientes y enteramente decididos por la causa del rey de España, y que tenían todos ellos buenas armas y municiones, que conseguían en cambio del oro que producía su rico territorio.

[…]

Á principio de Marzo (1820), emprendimos la marcha desde Río-Hacha, con el cuerpo de lanceros á pie, dispuestos estos en seis compañías, el batallón ligero de «Cundinamarca» y la compañía de tiradores, esta última al mando del teniente coronel O’Lalor. El batallón iba á las órdenes del mayor Ruud, y yo iba mandando lanceros, siendo siempre el coronel Aylmer el comandante general dela legión, el coronel Jackson jefe del Estado Mayor y todos conducidos por el coronel Mariano Montilla.

La fuerza era pequeña, pues solamente de mis lanceros, que al desembarcar en Margarita era n 800, al salir de Río-Hacha llegaban apenas á 261.

Los otros cuerpos sufrieron iguales pérdidas.

Llevábamos á la vanguardia una partida de ingenieros alemanes. Nuestro camino era entre espesos bosques, hallando de distancia en distancia pueblitos de indios, todos realistas.

El primer pueblo que encontramos fu é el de Moreno, y en seguida otro de mayor extensión, Fonseca, ocupado por jefes españoles. Aquí se nos hizo resistencia de todas las ventanas de las casas y por todas las calles de la entrada hasta la plaza nos hacían un fuego sostenido, pero que felizmente no nos causó mucha pérdida.

Se acuarteló la tropa. El enemigo fugó por la retaguardia de las casas y se dirigió á los bosques, adonde no se le persiguió ya.

Al pasar lista faltaba toda la partida de ingenieros.

Como éstos llevaban la vanguardia, entraban al pueblo por un camino distinto del que seguía la tropa, cayeron en una emboscada, y cuando se mandó desde la plaza un piquete á buscarlos, se halló que ninguno había escapado, encontrándose los cuerpos de todos ellos horriblemente descuartizados y mutilados.

La guerra era á muerte, y no se tomaba prisioneros ni de una ni de otra parte.

Al día siguiente continuamos la marcha, y llegamos á otro pueblo, llamad o San Juan, en donde encontramos una resistencia mayor que la que se nos hizo al entrar en Fonseca.

Al penetrar por la calle principal, nos hacían fuego de las ventanas; mi caballo cayó de bruces: lo levanté por la rienda, pero muy apenas pude hacerlo llegar hasta la plaza.

Los enemigos abandonaron las casas, y pasaron el río, internándose en los bosques vecinos.

[…]

La travesía por el territorio de los indios Guajiros era muy penosa.

Al pasar lista, después de llegar á una jornada, siempre faltaban soldados, rezagados por la sed; pues no se encontraba agua en el intermedio de una paseana á otra; se mandaban partidas á recogerlos, pero jamás se trajo á ninguno de estos pobres rezagados; los que iban á buscarlos los hallaban en los caminos asesinados y mutilados del modo más horrible.

[…]

Seguimos la marcha haciendo jornadas cortas en pueblecillos de indios bárbaros, siempre hostilizados, y por haciendas de españoles que cultivaban caña de azúcar, hasta llegar á la ciudad del Valle de Upar, la que encontramos sin un solo habitante, pues todos ellos se habían refugiado en los bosques inmediatos.

Allí se acuarteló la división y nos dedicamos tarde y mañana á la instrucción de la tropa en la plaza.

Á los pocos días después de nuestra llegada á dicha ciudad, el general Montilla tuvo noticia de que los enemigos estaban concentrándose en un lugar cercano, llamado Molinos. Con tal motivo se emprendió una marcha al día siguiente en esa dirección, pero no se encontró sino algunas emboscadas de indios, por lo que nos regresamos.

Llegamos á la ciudad y recibimos este parte: había sido sorprendida en el pueblo de Moreno, cerca de Río-Hacha, una partida de nuestra división que venía á incorporarse trayendo algunas altas del hospital. Los indios habían quemado las casitas en que se alojaron y dormían aquella noche, y aun cuando se hizo toda resistencia posible, la partida quedó destruida. El capitán de Lanceros Murray fué casi decapitado, y en ese miserable estado pudo regresar á Río-Hacha.”

Después menciona que al llegar a San Carlos de la Fundación, tomaron por prisionero “al Vicario General del general español Morillo, por nombre Brillabrilla, á quien después de tomarle declaración”, lo mandó a Cartagena. Y señala que “entre los papeles tomados al Vicario General señor Brillbilla se encontró un cuadernito en que se hallaban los nombres de todos los indios guajiros que él había bautizado, siendo el padrino el rey Carlos IV, cuaderno que hasta hoy conservo en mi poder.”

Cada vez más comprobamos que la resistencia de los indios contra la “independencia” y su fidelidad a la Monarquía Hispana era un fenómeno generalizado que atravesaba el continente de Norte a Sur y de Este a Oeste.



LOS INDÍGENAS REALISTAS – HISTORIA SECRETA DE AMÉRICA -22-

LOS INDÍGENAS REALISTAS

La gran masa del Ejército Realista del Virreinato del Perú durante toda la guerra (de independencia), la  constituyó sin duda el grupo americano integrado por los mestizos con mayoría de sangre indígena, que en el Perú eran, y son, conocidos con el nombre de “cholos”.

Estos eran reclutados en sus lugares de origen, ya fuera la costa o la sierra, las más de las veces por la fuerza y destinados a los Cuerpos de Línea o Milicias, previa instrucción del uso de las armas y las voces de mando. Era un constante problema para los mandos el idioma de esta tropa, puesto que en la inmensa mayoría sólo hablaban su lengua nativa –el quechua o el aymará- por lo cual, los Oficiales debían conocerla para poder dirigirlos.

Eran en general soldados sumisos y dóciles, que no cuestionaban sus deberes ni se sublevaban por a falta de paga, incansables andarines, sobrios, valientes y disciplinados. Prestaban mejores servicios si eran mandados por sus paisanos y con todo, defendían el honor de su hogar.

El General Pezuela los describe en su diario militar como de instrucción más que regular, pues hacían bien el ejercicio del fusil y las maniobras de Batallón. En el combate, luchaban hasta el fin, haciéndose matar en sus puestos.

Su principal inconveniente era su peculiar modo de vida y pautas de comportamiento, ajenos a las Ordenanzas españolas, como sus frecuentes deserciones, las más de las veces sólo por querer volver a sus casas para ocuparse de sus labores en tiempo de las cosechas.

Su actitud hacia el servicio del Rey con las armas, que, si bien no les agradaba, no rehuían, tan sólo cambió con la prédica y la propaganda revolucionaria, aunque ésta no siempre dio el resultado que los independentistas deseaban.[1]

Entre los Caciques Realistas más destacados encontramos al Brigadier de los Reales Ejércitos Mateo García Pumacahua, Cacique de Chincheros, quien en 1780 fue con sus tropas uno de lo que contribuyó a la derrota del Cacique de Tinta, José Gabriel Condorcanqui, más conocido como “Túpac Amaru”.

Pumacahua actuó en el lado realista desde 1811 en que entró con sus tropas cuzqueñas como refuerzo de Goyeneche, a poco de la batalla de Huaqui y se halla retratado en el ya mencionado cuadro, como uno de los miembros de que escoltaba al General.

En 1813, sus tropas fueron convertidas por Pezuela en el Regimiento de Milicias Disciplinadas de Infantería de “Nobles Patricios del Cuzco” de los cuales no hemos podido, hasta ahora, obtener el detalle de su uniforme, pero estimamos que debían llevar el señalado a las Milicias Disciplinadas, pero con algún agregado lujoso, debido al origen y dignidad de sus Oficiales, nobles cuzqueños de las trece Casas de sangre Inca (Panacas), entre cuyas prerrogativas estaba la de pasear una vez al año, generalmente en la Procesión del “Corpus Christi”, el Estandarte Real de la Ciudad de Cuzco, del que eran custodios.

En dichas oportunidades, los Caciques colocaban sobre sus trajes ceremoniales y uniformes, los emblemas de oro correspondientes a su dignidad consistentes en cadenas de oro en bandolera, un sol de oro colgando del pecho y hombreras, rodilleras y hebillas de oro representando rostros de Puma, emblema del Imperio Incaico. Su soberanía correspondía al Rey de España, y había reconocido ya en el siglo XVI a los a los nobles Incas como “Títulos de Castilla”.

Como parte de su propia peripecia personal, en 1814 Mateo Pumacahua se sublevó a favor de la independencia pretendiendo alzar a todo el Cuzco, siendo derrotado por sus propios compatriotas que permanecieron fieles hasta el final de la guerra.

Una de las consecuencias de aquellos hechos fue la suspensión de la ceremonia en 1815. Sin embargo, una prueba de esa fidelidad es que a mediados de 1824 solicitaron los Caciques de todas las casa nobles cuzqueñas al Virrey de la Serna en el Cuzco, presentando una serie de considerandos de profesión de fe realista, volver a pasear el Real Estandarte. No fue una solicitud interesada, ya que estaba cercano el fin de la guerra y su resultado era previsible, como para intentar captar simpatías del Virrey en esos momentos.[2]

Por otro lado, además de los Nobles indígenas y de los mestizos cuzqueños o altoperuanos, se hallaban los indígenas puros, casi sin integrar en la sociedad americana, y que sirvieron en el Ejército Real. Contrariamente a lo que comúnmente se cree, estos indígenas también fueron en su mayoría fieles a la Corona de España durante la guerra de independencia de América.

Varias son las unidades formadas con sus parcialidades, no sólo en el Alto Perú, sino también en el Perú y aún en Chile. La mayoría de ellas rindieron importantes servicios a la Corona hasta el último tiempo de la guerra.

De todos ellos, los que sin duda destacaron por su valor y ferocidad fueron los Araucanos del Sur de Chile.

En la expedición a Chile en 1813, estos indios araucanos y su Cacique Villacurá se manifestaron fieles y adictos al Rey, celebraron a su modo la llegada de las tropas, y juraron con las expresiones más vivas de júbilo y respeto no ceder a las pretensiones de Chile y:

“formar para la defensa del Rey, una muralla de guerreros en cuyos fuertes pechos se embotarían las armas de los revolucionario y aún quisieron partir muchos a Chillán para mezclar su sangre con la de los soldados del suspirado Fernando. La ilustre asamblea de Araucanos tuvo término después de haber recibido los caciques medallas de oro con el busto del soberano y otros de plata, con un bastón de cada uno.”[3]

El 24 de septiembre de 1817 se anotaba en el Libro Manual de la Tesorería del Ejército Real de Talcahuano que, “cuatro Caciques, nueve Mocetones y tres Lenguaraces, han venido a notificar su fidelidad al Soberano y a ver el modo de contribuir con las armas del Rey”.

El 7 de octubre hacen lo propio los dos Caciques de Tucapel, ofreciendo sus lanzas –guerreros- para pelear contra los independientes.[4]

Estos araucanos eran excelentes jinetes y diestros lanceros usando sus largas lanzas de caña de Coligüe, que podían alcanzar hasta tres metros de largo. No usaban uniformes sino ropas naturales, consistentes en ponchos tejidos en sus telares y colores blancos, negros, azules o rojos, con diseños que les eran particulares, llevaban “chiripás” y botas de potro con espuelas que podían ser de madera o de plata labrada según la dignidad del propietario.

De las provisiones del vestuario entregado a los jefes de esos fieles araucanos hemos podido reconstruir el uniforme que llevaban los Caciques, los Capitanejos y sus Tenientes. Los primeros llevaban casacas de paño azul de primera calidad, con las vueltas, vivos y divisas de casimir grana y el forro de bayeta blanca. Llevaban galón de plata adornándolas y dos varas de “coronelas” (los tres galones que denotaban el empleo o el grado de Coronel) también de plata. Las casacas llevaban un total de una y media docenas de botón de hilo de plata, lo que indica que tenían solapas, aunque iban abrochadas con broches. Los chalecos eran igualmente granas de casimir con botones chicos de plata en cantidad de una docena. El calzón podía ser grana o azul y se les entregaron botas altas a los caciques. Sus sombreros eran clásicos con cabos de plata y escarapelas de paño encarnado y cintas.

Cacique araucano realista, vistiendo la vieja casaca de Coronel que había recibido años atrás su padre

Una antigua práctica del «Sistema Borbónico de Defensa» consistía en integrar a las comunidades indígenas retiradas de las zonas más habitadas, en las tareas de la defensa y control de las fronteras. Ello se lograba nombrando jefes militaresa los que eran de las tribus y clanes, reforzando su autoridad por diversos métodos y así se podía contar con su movilización llegado el caso.

Para ello se les entregaban, además de otros presentes, uniformes militares con divisas de empleo, medallones con el retrato del Rey, golas e incluso banderas.

La contrapartida eran sus servicios militares cuando se necesitaba disponer de fuerzas mayores o ejercer un mejor control de una determinada región.

Así, cuando el Brigadier D. Antonio Pareja llevó a cabo la marcha al sur de Chile, recibió la vieja lealtad al Rey de las Españas de los indios araucanos.

Los Capitanejos llevaban un uniforme similar pero sin las “coronelas” de plata y solo galón en las vueltas y cuello, calzón azul, sombreros con escarapela y cintas pero sin galón y, probablemente, las botas de potro típicas de los araucanos.

En tanto, los Tenientes llevaban chaquetas de paño de la estrella de color azul con divisa encarnada y botones de plata.

En 1819 se hallan provisiones que señalan que los Capitanejos llevaban casacas encarnadas con divisa azul y guarnecidas de cordones blancos.

(Tomado de “Los Realistas” (1810-1826) Virreinatos del Perú y del Río de la Plata y Capitanía General de Chile, de Julio Mario Luqui Lagleyze y Antonio Manzano Lahoz, pp. 86, 87, 88)


[1]  Tómese como ejemplo la referida sublevación de 1814 (Pumacahua) reprimida por las propias fuerzas cuzqueñas del Ejército Real.

[2] AHC (Archivo Histórico del Cuzco). Gobierno Virreinal 1822/24 Leg. 2 (N° 156) “Expediente sobre que se continúe en esta capital el Paseo del Pendón Real…”.

[3]  “El pensador del Perú” -1813, en Colección de Historiadores y Documentos para la Independencia de Chile. Tomo IV, pág. 101-102.

[4] AGNP (Archivo General de la Nación Perú), Fondo C-15. “Libro Manual de la Tesorería del Ejército Real”, del 22 de agosto de 1817 al 18 de febrero de 1818.