coterraneus – el blog de Francisco Núñez del Arco Proaño


Carlos IV, precursor de la independencia hispanoamericana. Historia secreta de América -12-.

Carlos IV, precursor de la independencia hispanoamericana.

Carlos IV, por Goya.

“…he reflexionado que sería mui político y casi seguro establecer en diferentes puntos de ella (América) a mis dos Hijos menores, a mi  Hermano, a mi Sobrino el Infante Dn. Pedro, y al Príncipe de la Paz, en una Soberanía feudal de la España, con títulos de Virreyes perpetuos y Hereditaria en su línea directa”.

-Carlos IV, Emperador de las dos Américas.

«…la Patria, que es una, desde el Cabo de Hornos hasta las orillas del Mississipi».

– Manifiesto de la  Junta de Guayaquil del 15 de mayo de 1821.

José Gabriel Condorcanqui (autodenominado Túpac Amaru), Eugenio (Chusig) de Santa Cruz y Espejo, y Francisco de Miranda –entre otros- son considerados como los “precursores” de la emancipación americana respecto de España. Sin embargo, a todos estos personajes, debemos agregar el nombre de Carlos IV como justo precursor de la independencia americana, eso sí, de una independencia de un tono distinto a la obtenida históricamente.

En un artículo  anterior mío: ¿Carlos IV: Emperador de las dos Américas? Traté de dilucidar brevemente el enigma en torno al título de  “Emperador de las dos Américas” de Carlos IV –de España- que hace deducir la instalación del Imperio en América, una independencia propulsada por la misma monarquía en otras palabras. Ahora puedo corroborar ese hecho, debido a que existió el plan para realizar este proyecto de independencia iniciada por el monarca.

Víctima de una “historiografía inmisericorde”, Carlos IV, figura muy poco tenida en cuenta por la mayoría de historiadores españoles y americanos quienes lo consideraron o consideran un mediocre y un enclenque en muchos casos, en realidad se configura como uno de los reyes hispanos que destaca por su preclara visión de los sucesos de su momento y del futuro, tuvo que saber (sobre)llevarse como un estadista en medio del caos europeo y de la angustia americana. Así el mito histórico que señala que la ruptura del complejo bihemisférico de la monarquía española se produjo por  la “falta de flexibilidad política en el genio gubernamental y director de la metrópoli”, es producto de la ignorancia o la mala voluntad en torno a los proyectos de independencia preparados por Carlos IV.

La emancipación concordante.

El planteamiento de las independencias americanas desde la metrópoli no era una novedad, ya en época de Carlos III y bajo la corriente del iluminista conde de Floridablanca y el ilustrado conde de Aranda (Secretario de Estado de Carlos IV, siendo reemplazado por Godoy posteriormente), este último propondría (con un pensamiento colonial ya) que España debía retener las Antillas y algunas plazas más, para servirse de estas como escalas para el comercio, y creándose con los restantes territorios tres grandes reinos: Nueva España, Costa Firme y Perú.[1]  Sin embargo, tan solo con las premuras del nacimiento de lo que Eric Hobsbawn denominaría como el largo siglo XIX con la revolución francesa (subversión inglesa) de 1789 y ya bajo el reinado en España y las Indias de Carlos IV es que se vuelve una apremiante necesidad prever la mayoría de edad política de los reinos ultramarinos que lamentablemente no pudieron desenvolverse de la manera adecuada “al frustrarse su normal proceso, que obligaba al desenlace natural del desarrollo de los nuevos reinos, transformándose en nuevas monarquías” como señalara Demetrio Ramos Pérez[2].

Son dos los factores principales que obligan a considerar la emancipación concordante (y no discordante), por un lado la madurez del mundo criollo, repleto de iniciativas y por el otro la aparición de la fórmula armonizadora de los diversos instintos nacionales amparados por un sistema confederativo imperial que prevaleciera por sobre la plurimonarquía española. Forzando así a conjugar en esta fórmula la compatibilización de los viejos y los nuevos reinos. Tradición y modernidad, podrían acaso encontrar un libre curso en la historia de un Imperio multisecular agotado por el peso de la geopolítica y de la gloria.

Dos factores subalternos acaban de cooperar al proyecto: “el temor enfermizo sentido en las esferas del Gobierno español  a que América llegara a contagiarse de de un deseo independentista y la prevención de que el espíritu de la Revolución llegara a provocar fenómenos de catastrófico mimetismo  en el Nuevo Mundo, tal y como desgarradoramente se habían producido en las Antillas francesas.”[3]

Independencias Solidarias.

Sobre estos cuatro fundamentos, se sitúa el plan de independencias solidarias que se atribuye a Carlos IV y a Manuel Godoy, que a diferencia de los anteriores, respondía a eventos de actualidad y no a presuntos futuros.  La participación del propio monarca, más allá de la influencia del Príncipe de la Paz, fue fundamental para los proyectos de independencia.

El proyecto de monarquías americanas no surgió de la noche a la mañana, en las bases del memorial de Aranda y bajo la fuerte influencia que ejerció este sobre Carlos IV en su juventud y primeros años de reinado podemos concluir que este fue un precedente necesario, que encontraría su fermento en la independencia de los Estados Unidos, en el caos y la revolución europea y la pérdida de territorios hispanoamericanos como la Luisiana, cedida por presiones a Napoleón  y pactada en el Tratado de San Ildefonso de 1800, finalmente vendida de manera infame por el emperador de los franceses a los Estados Unidos de Norteamérica.

Podemos enumerar al menos tres proyectos conocidos de independencias solidarias promovidas por el monarca español para la creación de reinos independientes con monarcas propios a la cabeza de cada reino. El primero de estos se desarrolló en 1804, si bien la iniciativa surgió ya en 1800 –debido a los sucesos de la Luisiana española- , y Godoy en sus memorias nos dice de este: “Mi pensamiento fue que en lugar de virreyes fuesen infantes (príncipes) a la América, que tomasen el título de príncipes regentes, que se hiciesen llamar así, que llenases con su presencia la ambición y el orgullo de aquellos naturales, que les acompañasen un buen Consejo con ministros responsables, que gobernase allí con ellos un Senado, mitad de americanos y mitad de españoles, que se mejorasen y acomodasen a los tiempos las leyes de las Indias, y que los negocios del país se terminasen y fueren fenecidos en Tribunales propios de cada cual de estas regencias. Vino el tiempo que yo temía: la Inglaterra rompió la paz traidoramente con nosotros y en tales circunstancias no osó el Rey exponer a sus hijos y parientes a ser cogidos en los mares”.[4] Si bien no era una independencia plena, era un proyecto que consideraba regencias y no reinos particulares.  Pocas consideraciones más podemos hacer al respecto, debido a la falta de información.

El segundo proyecto se plantea en 1806, con la noticia de la pérdida inicial de Buenos Aires a manos de los ingleses, y en medio de las hostilidades de las guerras napoleónicas, que sin embargo no desaniman a Carlos IV a llevar adelante su planteamiento, y esperando la oportunidad adecuada cree tenerla en sus manos en este año, tan decidido se encontraba que lleva adelante una curiosa tramitación de “consultas” llevada a cabo por el mismo con su puño y letra mediante cartas fechadas en 6 y 7 de octubre[5] que remitió a ocho prelados y donde procede a consultar:

“Habiendo visto por la experiencia que las Américas estarán sumamente expuestas, y aun en algunos puntos imposible de defenderse por ser una inmensidad de costa, he reflexionado que sería mui político y casi seguro establecer en diferentes puntos de ella a mis dos Hijos menores, a mi  Hermano, a mi Sobrino el Infante Dn. Pedro, y al Príncipe de la Paz, en una Soberanía feudal de la España, con títulos de Virreyes perpetuos y Hereditaria en su línea directa, y en caso de faltar esta, reversiva a la Corona, con ciertas obligaciones de pagar un tributo que se imponga y de acudir con tropas y Navíos donde se les diga. Me parece que además de político van a hacer un gran bien a aquellos Naturales, así en lo económico  como principalmente en la Religión, pero siendo una cosa que tanto puede gravar mi conciencia, no he querido tomar  resolución  sin oír antes Vuestro dictamen, estando muy cerciorado de Vuestro talento , Christiandad, Zelo de las almas que givernais, y del amor a mi servicio, y así espero que a la mayor brevedad respondáis a esta carta, que por la importancia del secreto va toda de mi puño, así lo espero  del acreditado amor que tenéis  al servicio de Ds. y a mi persona, y os ruego que encomendéis a Ds. para que me ilumine y me dé su Santa Gloria. San Lorenzo, y Octubre 7 de 1806.- Yo el Rey”.[6]

En esta carta de consulta que realiza el Rey al Obispo de Orense, nos ayuda a comprender la amplitud y la seriedad del proyecto: se trata sobre la legitimidad de trasladar a hijos y hermanos suyos, además de al mismo Godoy, como Virreyes primero y como monarcas independientes después, Soberanía feudal es el término que Carlos IV utiliza, con las implicaciones de las juradas leyes de Indias que prohibían enajenar el territorio propiedad del monarca, buscando entonces un común acuerdo y aprobación de los prelados, sus consejeros, las Cortes y los Cabildos americanos.

Las respuestas a la consulta no se hicieron esperar y en su mayoría se expresaron de forma favorable a la consolidación de estos gérmenes o semillas de nuevas monarquías americanas, el Obispos de San Ildefonso se expresaba así en su respuesta al Rey: “… establecidas en América algunas soberanías feudales de España, aunque comerciasen con ellas más directamente que ahora las demás naciones (independencia económica)… No tengo duda de que es muy justo y muy prudente el medio de las soberanías feudales para asegurar a la corona de España todo el esplendor, y a sus pueblos toda la prosperidad que pueden esperarse de la América. Y es gran ventaja que aquellos y de estos vasallos de V.M. el que puedan recaer las nuevas soberanías en personas tan propias de V.M.”[7]  Este proyecto no prosperó debido a la derrota del Rey de Prusia en Jena a manos de Napoleón en octubre de 1806 y la posterior alerta y alarma que cundió por Europa, además debido a la desconfianza que produjo en muchos el hecho de que Godoy también sería uno de los nuevos soberanos feudales americanos.

Finalmente el último plan se realiza, o se intenta realizar en 1807. En la articulación del avance napoleónico por Europa y de sus obligaciones  con España según el Tratado secreto de Fontainbleau. Sobre el cual traté en un artículo anterior de este blog. Ahora se pretendía dejar al napoleonismo revolucionario en Europa y pasar a América a refugiarse en el Nuevo Continente enmarcados dentro de un sentido tradicional y monárquico. En esta ocasión el propio Rey junto a toda la familia real (como en el caso coetáneo portugués) se trasladarían a “imperar” en América[8]. Aún contra la oposición de muchos prelados, consejeros y militares.  “En contraste con la artificiosa creación de los Estados que tan caprichosamente se montaban en Europa, los reinos americanos existían, eran una realidad jurídica y, además, una realidad de sentimiento… El pensamiento tradicional español estaba, por añadidura, acorde con esa idea de las patrias americanas, e incluso con la de la necesaria independencia de las mismas.” Conforme a esto, Carlos IV y su familia emprendieron el inicio de su viaje hacia América desde Madrid, hacia Sevilla, y desde allí  a Cádiz para embarcarse hacia sus reinos ultramarinos. Lamentablemente, Carlos IV junto a su familia, fueron apresados por las tropas francesas cuando se encontraban en pleno viaje hacia Sevilla. El resto, descorazonadamente,  es historia.

Por Francisco Núñez Proaño        


[1] No solo en Europa de contemplaba estas independencias con nuevas monarquías en América, el intendente Ábalos de la Real Audiencia de Caracas ya propuso en su Representación del 24 de septiembre de 1781 esta idea. Ver: Pronóstico de la Independencia de América y un proyecto de Monarquías en 1781 en Revista de Historia de América, México, N° 50, 1960, págs. 439-473.  

[2] Ver: Ramos Pérez Demetrio, Entre el Plata y Bogotá. Cuatro Claves de la emancipación ecuatoriana, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1978.

[3] Ídem, pág. 22.

[4] Príncipe de la Paz, Memorias (24), I, pág. 49.

[5]Ramos Pérez, Demetrio, Entre el plata… pág. 34. Vadillo, José Manuel de, en Apuntes sobre los principales sucesos que han influido en el estado de la América del Sur, Cádiz, 1836.

[6] La carta de Carlos IV dirigida al Obispo de Orense fue publicada por Eugenio López Aydillo en El Obispo de Orense en la Regencia de 1810, Madrid, 1918, pág. 188.

[7] Ramos Pérez, Ob. Cit., pág. 50 y sigs.

[8] Vale resaltar que el acta de Quito del 10 de agosto de 1809, denominada “Primer grito” o “Acta de la independencia” reza así: “compondrán una Junta Suprema que gobernará interinamente a nombre y como representante de nuestro soberano, el señor Fernando Séptimo, y mientras Su Majestad recupere la península o viniere a imperar en América”.


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